Wednesday, April 15, 2009

En todo amar y servir


De la basílica de Loyola (en Guipúzcoa, España) a la Universidad de Georgetown (en Washington DC, EE.UU.) hay un océano y tres siglos de diferencia. Sin embargo, si lo miro con ojos de antiguo alumno de los Jesuitas ambos lugares tienen un innegable parecido. Yo, pobre de mí, lo he descubierto casi con cuarenta años, pero en este caso la dicha es buena, así que no importa que llegue tarde.

Fue hace un par de días, paseando por los jardines del Healy Hall, allá los altos de Georgetown, la primera universidad católica de EEUU. La fundó en 1789 John Carroll, un jesuita de origen irlandés de familia independentista (su primo Charles fue uno de los firmantes de la Declaracion de Independencia de EE.UU. -el único católico- y su hermano Daniel firmó la Constitución americana). Así que John tenía muchas papeletas para ser el primer obispo de Baltimore y "padre del catolicismo estadounidense". En aquella época los Carroll eran como los Keneddy hoy, aunque me pregunto si éstos siguen siendo católicos después de ver al viejo Ted apoyando la política social de Obama.

Lo curioso de John Carroll es que se lanzó a Georgetown justo al año siguiente de que Maryland se uniera a los EE.UU. y -esto es más importante-, cuando la Compañía de Jesús llevaba siete años disuelta por el Papa (gracias -entre otros- a las malas artes del Conde de Floridablanca, ministro de Carlos III y embajador ante la Santa Sede. Una víbora, dicho sea dicho de paso.)

Años más tarde, Georgetown fue la primera universidad de los EE.UU. en tener un rector mulato -Fr. Healy, que dio nombre al edificio principal, era hijo de una esclava- y hoy (además de ser mundialmente reconocida por su School of Foreign Affairs, donde estudiaron Bill Clinton o Felipe de Borbón, y el Kennedy Institute of Ethics, cada vez más especializado en Bioética) destaca por su firme voluntad de avanzar en el diálogo interreligioso. Por eso es la primera universidad de América en tener una capellanía permanente para alumnos judíos y otra para los musulmanes. Ambas están pared con pared, que lo he visto yo.

Así que me gusta pensar que a Íñigo de Loyola (con el que tropecé en el White Gravernor Hall en su versión de estatua peregrina ("Sólo y a pie" que diría Tellechea, DEP)), estaría razonablemente satisfecho de cómo van las cosas. Sobre todo conociendo ese carisma tan ignaciano de estar en la frontera de los saberes y los dolores del hombre. Metiendo la pata, con suficiencia en ocasiones, pero siempre -al menos es mi experiencia- intentando formar"hombres y mujeres para los demás" (Arrupe dixit).

Conseguirlo es ya harina de otro costal. Intentarlo es lo definitivo.

Publicado por Nacho Uría en 18:54:00



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