Saturday, March 19, 2011

Nuestra Misión



“La iglesia es el medio señalado por Dios para la salvación de los hombres. Fue organizada para servir, y su misión es la de anunciar el Evangelio al mundo. Desde el principio fue el plan de Dios que su iglesia reflejase al mundo su plenitud y suficiencia. Los miembros de la iglesia, los que han sido llamados de las tinieblas a su luz admirable, han de revelar su gloria. La iglesia es la depositaria de las riquezas de la gracia de Cristo; y mediante la iglesia se manifestará con el tiempo, aun "a los principados y potestades en los cielos" (Efesios 3:10), el despliegue final y pleno del amor de Dios…”

“Durante los siglos de tinieblas espirituales, la iglesia de Dios ha sido como una ciudad asentada en un monte. De siglo en siglo, a través de las generaciones sucesivas, las doctrinas puras del cielo se han desarrollado dentro de ella. Por débil e imperfecta que parezca, la iglesia es el objeto al cual Dios dedica en un sentido especial su suprema consideración. Es el escenario de su gracia, en el cual se deleita en revelar su poder para transformar los corazones.”

“Como los rayos del sol penetran hasta los más remotos rincones del globo, es el plan de Dios que la luz del Evangelio se extienda a toda alma sobre la tierra. . . En este tiempo en que el enemigo obra como nunca antes para acaparar la mente de hombres y mujeres, debiéramos trabajar con incesante actividad. Hemos de proclamar diligente y desinteresadamente el último mensaje de misericordia en las ciudades, en los caminos y atajos. Se ha de llegar a todas las clases. Mientras trabajemos nos encontraremos con diferentes nacionalidades. Ninguna ha de quedar sin ser amonestada. El Señor Jesús fue el don de Dios para todo el mundo, no sólo para las clases más elevadas, ni para una nacionalidad con exclusión de otras.” –E.G. de White, La Maravillosa Gracia, pág. 338.


“Su gracia salvadora rodea el mundo. Todo el que quiera puede beber del agua de vida. Un mundo aguarda para oír el mensaje de la verdad presente.” –E.G. de White, En Lugares Celestiales, pág. 340.

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