Tuesday, November 23, 2010

Salidos del mundo para entrar en la familia de Dios


14No os juntéis en yugo con los infieles: porque ¿qué compañía tienes la justicia con la injusticia? ¿y qué comunión la luz con las tinieblas?

15¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿ó qué parte el fiel con el infiel?

16¿Y qué concierto el templo de Dios con los ídolos? porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré en ellos; y seré el Dios de ellos, y ellos serán mi pueblo.

17Por lo cual Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, Y no toquéis lo inmundo; Y yo os recibiré,

18Y seré á vosotros Padre, Y vosotros me seréis á mí hijos é hijas, dice el Señor Todopoderoso.

2 Corintios 6:14-18




Los que salen del mundo en espíritu y en todas sus prácticas, pueden considerarse como hijos e hijas de Dios; pueden creer en la Palabra del Señor como un niño cree cada palabra de sus padres. Para el que cree, toda promesa es segura. Los que se unen con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que demuestran con su vida que no siguen más el camino que seguían antes de que se unieran con sus agentes divinos, recibirán la sabiduría de lo alto; no dependerán de la sabiduría humana. Los cristianos, como miembros de la familia real e hijos del Rey celestial, para tratar correctamente con el mundo deben sentir la necesidad de un poder que sólo se origina en los instrumentos celestiales que se han comprometido a trabajar en favor de ellos.
Después de que hemos formado una unión con el gran triple poder, consideraremos nuestro deber para con los miembros de la familia de Dios con un temor reverente, mucho más sagrado que el que hemos sentido antes. Este es un aspecto de la reforma religiosa que muy pocos aprecian. Los que procuran contestar la oración, "hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra", mediante vidas puras y santificadas buscarán mostrar al mundo cómo se cumple la voluntad de Dios en el cielo (MS 11, 1901).

(ver EGW com. Juec. 2:2)

Con tal que vosotros no hagáis alianza con los moradores de aquesta tierra, cuyos altares habéis de derribar: mas vosotros no habéis atendido á mi voz: ¿por qué habéis hecho esto?

2 (2 Cor. 6: 14-18).
Efectos dañinos de la asociación con el mundo.-


No es nada seguro que los cristianos elijan la compañía de los que no tienen relación con Dios y cuya conducta es desagradable para él. Sin embargo, cuántos profesos cristianos se atreven a entrar en terreno prohibido. Muchos invitan a sus hogares a parientes que son vanidosos, frívolos e impíos, y con frecuencia el ejemplo y la influencia de esos visitantes irreligiosos produce impresiones duraderas en la mente de los niños del hogar. La influencia que se ejerce así es similar a la que resultó de la asociación de los hebreos con los impíos cananeos.
Dios hace responsables a los padres por desobedecer su orden de separarse y separar a sus familias de esas influencias profanas. Aunque tenemos que vivir en el mundo, no debemos ser del mundo. Se nos prohíbe conformarnos con sus prácticas y sus modas. La amistad de los impíos es más peligrosa que su enemistad. Descarría y destruye a miles que, mediante un ejemplo correcto y santo, podrían ser inducidos a llegar a ser hijos de Dios. La mente de los jóvenes se familiariza así con la irreligión, la vanidad, la impiedad, el orgullo y la inmoralidad, y gradualmente se corrompe el corazón que no está escudado por la gracia divina. Casi imperceptiblemente, la juventud aprende a amar la atmósfera corrupta que rodea a los impíos. Los malos ángeles se congregan en torno de ellos, y pierden su deleite en lo que es puro, refinado y ennoblecedor.
Los profesos padres cristianos rinden máxima pleitesía a sus huéspedes mundanos e irreligiosos, entre tanto que esas mismas personas -a quienes se trata con tan atenta cortesía- descarrían a sus hijos apartándolos de la templanza y de la religión. Los jóvenes pueden estar tratando de seguir una vida religiosa, pero los padres han invitado al tentador para que entre en su hogar, y éste teje su red en torno de los hijos. Viejos y jóvenes se enfrascan en diversiones dudosas y en la excitación de placeres mundanos.
Muchos sienten que deben hacer algunas concesiones para agradar a sus parientes y amigos irreligiosos. Como no es siempre fácil trazar una línea divisoria, una concesión prepara el camino a la otra, hasta que los que una vez fueron verdaderos seguidores de Cristo se conforman en la vida y el carácter con las costumbres del mundo. Queda rota la relación con Dios. Son cristianos sólo de nombre. Cuando llega la hora de la prueba, entonces se ve que su esperanza no tiene fundamento. Se han vendido a sí mismos y han vendido a sus hijos al enemigo (ST 2-6-1881).
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