LA HORA DE PRUEBA
Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad. (Mat. 7: 22, 23).
No necesitamos ser engañados. Pronto ocurrirán escenas maravillosas con las cuales Satanás estará estrechamente relacionado. La Palabra de Dios declara que Satanás obrará milagros. Hará enfermar a la gente y después quitará repentinamente de ella su poder satánico. Eso hará que se considere sanados a los enfermos. Estas obras de curación aparente pondrán a prueba a los adventistas. Muchos que tienen gran luz dejarán de andar en la luz, porque no han logrado ser uno con Cristo.
Vi a nuestro pueblo en gran angustia, llorando, orando y reclamando las fieles promesas de Dios, en tanto que los impíos estaban alrededor de nosotros burlándose y amenazando con destruirnos. Ridiculizaban nuestra debilidad, se mofaban de nuestra insignificancia numérica y nos vituperaban con palabras concebidas para ofender profundamente. Nos acusaban de haber adoptado una posición independiente de todo el resto del mundo. Nos habían quitado nuestros recursos de modo tal que no podíamos comprar ni vender y señalaban nuestra abyecta pobreza y nuestra agobiante situación. No lograban comprender cómo podíamos vivir apartados del mundo. Según ellos, dependíamos del mundo y debíamos admitir sus costumbres, prácticas y leyes, o salir de él. Si en verdad éramos el único pueblo del mundo que gozaba del favor divino, las apariencias indicaban en forma aterradora todo lo contrario. Los impíos aseguraban que tenían la verdad, que entre ellos se efectuaban milagros, que los ángeles del cielo les hablaban y andaban a su lado, que se manifestaban entre ellos un gran poder, señales y prodigios, y que ése era el milenio temporal que habían aguardado durante tanto tiempo. El mundo entero se había convertido y aceptado la ley dominical, en tanto que ese grupo pequeño y débil seguía desafiando las leyes terrenales y las divinas, y afirmando ser el único poseedor de la verdad.
El pueblo de Dios no debe afirmar su seguridad en la realización de milagros, porque Satanás falsificaría cualquier milagro que se realizara. . . Deberá afirmarse en la Palabra viviente: "Escrito está".
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Maranatha, E. G. W., p.207.