Por Jonathan Cheng
HONG KONG—A US$800 la onza, el lavabo de oro del baño se puso en venta. A US$1.000, adiós al carruaje de caballos de oro. Pero que a nadie se le ocurra tocar el inodoro de oro.
La incertidumbre económica global de los últimos años ha catapultado los precios del oro a niveles estratosféricos. Pocas personas han sentido este ascenso tanto como Lam Sai-wing. Este emprendedor chino se ha pasado la última década construyendo un palacio de oro, ornamentado con seis toneladas del metal precioso. En los últimos años, el palacio se ha convertido en una atracción para los grupos de turistas de China continental y una bendición para su negocio de joyería, Hang Fung Gold Technology.
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Un recorrido por algunas de las habitaciones del palacio de oro de Lam Sai-wing |
Desde que los precios del oro han entrado en el territorio de los cuatro dígitos, Lam ha empezado a desmontar su sala de exhibición de oro a la misma velocidad con la que en su día la construyó. También está fundiendo los candelabros, sillones y armaduras para vender el oro por toneladas y así alimentar sus planes de crecimiento que incluyen miles de nuevas tiendas en China continental. Aun pese a la ola de ventas, una cosa es segura: el inodoro se queda. "No me importa si el oro alcanza los US$10.000 la onza", dice Lam. "No lo voy a fundir".
Para Lam, el inodoro dorado es más que un trono de 24 quilates que funciona perfectamente y entró en el libro Guinness de los récords.
Lam, un ex orfebre, desarrolló el inodoro en 2001, como parte de un esfuerzo por abrir camino para su negocio de producción de joyas en el competitivo mercado minorista. El atractivo funcionó tan bien que el empresario rápidamente empezó a agregar tonelada tras tonelada de oro a su reluciente sala de exhibición. En su punto álgido, la colección de Lam incluía una cama de matrimonio de oro, una estatua de 1,70 metros de la diosa tradicional china de la compasión Guan Yin, y los 12 animales del zodiaco chino, todos de oro.
Lam, de 53 años, creció en la China de la Revolución Cultural y estaba obsesionado por el oro. Dice que se quedó fascinado por una frase de la obra de Vladimir Lenin: "Cuando somos victoriosos a escala mundial, creo que deberíamos usar oro para construir baños públicos en las calles de algunas de las mayores ciudades del mundo".
Las palabras de Lenin hacían referencia a una utopía socialista en la que el dinero no hace falta, pero Lam las leyó como una crítica a la situación de pobreza en la que se encontraba inmerso. Raramente tenía carne con la que alimentarse y, desde los 7 años, Lam batalló para ayudar a su madre soltera y sus seis hermanos a vender plátanos y maní. "La vida era dura", recuerda Lam en una entrevista reciente en su oficina engalanada de oro que cuenta con columnas y estatuas doradas.
Lam escapó de su ciudad natal a los 22 años, caminando durante casi un mes y cruzando a nado un río hasta Hong Kong. Cuando llegó, empezó a trabajar de aprendiz de orfebre. Poco después, abrió un pequeño negocio de joyería al por mayor.
Cuando China empezó a abrir su economía en 1979, como parte de un movimiento reformista, Lam fue de los primeros en abrir una fábrica allí: una fábrica de joyería con unos 100 trabajadores en la ciudad sureña de Dongguan. En 1998, Lam estaba listo para sacarla a bolsa y lanzar un nuevo proyecto minorista.
"Me di cuenta que construir un inodoro de oro era la manera perfecta de hacer realidad algo que tenía en la cabeza desde que tenía 16 años", dice. Además, los precios del oro eran tan bajos que sólo podían subir. Comprar oro a US$200 la onza serviría de protección contra la inflación. "Era como una inversión. Podía presentárselo al público por una tarifa de admisión y podía usarlo para lanzar nuestra marca".
No todos se entusiasmaron con la idea. Su junta directiva se opuso al proyecto y sus amigos le dijeron que estaba loco. Aun así, Lam se salió con la suya. Su inodoro de oro fue todo un éxito. Las empresas de turismo lo convirtieron en uno de los puntos destacados del itinerario y en poco tiempo estaba recibiendo la visita de más de 100 grupos al día. En sus mejores momentos, la tienda de regalos de joyería facturaba unos US$100 millones al año en ventas, mientras que las ventas de las líneas de joyería de Hang Fung empujaron las ganancias de la compañía a nuevos récords en 2003.
Cuando el oro alcanzó los US$980 la onza en marzo de este año, Hang Fung se deshizo de una tonelada y luego de otras dos, recaudando en el proceso unos US$64 millones.
Desde la venta, los precios han retrocedido un poco. Pero si se recuperan, la compañía venderá más, dice Frank Wu, director financiero de Hang Fung. Cualquier cosa menos el inodoro. "Es un icono, nunca lo derretiremos", asevera Lam.
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Fuente: http://online.wsj.com/article/SB121555037754136813.html?mod=2_1362_middlebox