Tuesday, September 15, 2009

La sanidad de Cristo en un mundo cambiante



La sanidad de Cristo en un mundo cambiante
Jan Paulsen

¿Cuál es el futuro de los ministerios de salud de la Iglesia Adventista al enfrentar los desafíos de un mundo de rápidas transformaciones? Esta es una adaptación del mensaje dado por Jan Paulsen, presidente de la Asociación General, el 7 de julio de 2009, en la Conferencia de Salud y Estilo de Vida llevada a cabo en Ginebra, Suiza.


Los siglos XIX y XX fueron testigos del crecimiento de los “profetas de la secularización” (sociólogos y pensadores políticos que predijeron el ocaso de la fe religiosa como fuerza social). Estos pensadores dieron por sentado que cuanto más se expusiera la gente a los progresos económicos, científicos y políticos, más rápidamente se liberarían de los grilletes anticuados de la fe. La muerte de la religión era simplemente cuestión de tiempo.

Los obituarios, sin embargo, fueron prematuros. Hoy día nos hallamos en un mundo donde las creencias religiosas 
son una fuerza social significativa y en algunos lugares, en crecimiento. Los sociólogos ahora suelen referirse a la era “post secular” y no a la “teoría de la secularización”.

Pero en este siglo XXI existe otra poderosa fuerza, una que es totalmente producto de décadas recientes. A diferencia de las creencias religiosas, es nueva, desenvuelta, y poco tiene que ver con el pasado: Me refiero al proceso de globalización, que está recreando las estructuras sociales de la humanidad con una velocidad asombrosa. La globalización actúa como un vasto y dinámico “sistema de transporte” que lleva ideas, valores y personas para depositarlas en cualquiera y en todas partes. Las barreras lingüísticas, culturales y geográficas ya no son lo que eran. Ninguna institución, pública o privada, permanece intacta.

La globalización es un hecho real; es imposible de evitar y se desconocen sus consecuencias finales. La religión también es una realidad. Nos acompaña como una fuerza poderosa en la vida de los individuos y las sociedades. Estas dos fuerzas 
–la globalización y la religión– cohabitan, interactuando entre sí, a menudo de manera superpuesta.

Valores guiadores
Para los ministerios de salud de la Iglesia Adventista, que analizan los cambios globales en los territorios donde llevan a cabo su misión, estos son temas significativos.

A medida que avanzamos hacia el futuro, no hay duda de que nuestro compromiso sigue siendo sólido. Continuamos dando prioridad a la facilitación, financiación y apoyo de la atención médica y de salud mediante nuestra red de más de seiscientos hospitales, sanatorios, clínicas y dispensarios; por medio de programas de nutrición y salud, como así también mediante nuestra defensa del vegetarianismo y una vida libre de alcohol y drogas.

Aunque nuestro compromiso es claro, creo que es tiempo de reflexionar más profundamente sobre los valores que nos sostienen en este cambiante terreno del mundo contemporáneo. Y lo que es más, de preguntarnos qué valores podemos a su vez dejar grabados en este terreno. ¿Qué marca única podemos dejar?

Necesitamos preguntarnos: ¿Qué características tiene un enfoque distintivamente adventista de los ministerios de salud? ¿Qué ofrece que aún no esté siendo ofrecido por otras alternativas?

Consideremos brevemente cuatro líneas de pensamiento que forman parte de la herencia e identidad adventista que son centrales a los ministerios de salud de nuestra iglesia y que, espero, continúen guiándonos en el futuro. Por supuesto, no es una lista exhaustiva, pero puede servir acaso como punto de partida de un diálogo continuado.

La teología de la conexión
“Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamiento; necesité ropa, y me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron; estuve en la cárcel, y me visitaron” (Mat. 25:35, 36, NVI).

Nuestro modelo de relacionarnos con otros tiene un comienzo y un fin en la identificación radical de Cristo con la humanidad. El cristianismo como una concepción individualista y centrada en sí misma, es totalmente opuesta al Salvador que dio vista a los ciegos, limpió a los leprosos y sanó a una mujer quebrantada emocionalmente.

Está claro que no podemos expresar nuestra fe –nuestro deseo de imitar a Cristo– en reclusión; nuestros valores y creencias solo hallan su verdadero significado dentro del contexto de las relaciones humanas. Como lo expresó mi ex profesor rgen Moltmann: “La semejanza a Dios no puede ser vivida en aislamiento. Solo puede ser vivida en la comunidad humana” (J. Moltmann, God in Creation, p. 222).*

¿Qué significa entonces vivir en conexión con los demás? Significa que los problemas que usted tiene no son solo suyos sino también míos. Significa tener un sentido de solidaridad con la humanidad que también me hace vulnerable a sus heridas y dolor.

Vivir en conexión con otros significa ver los grandes problemas de la sociedad como problemas humanos colectivos. Comienzo a ver que la pobreza, por ejemplo, no solo es resultado del azar o la suerte arbitraria. Si vivimos cómodos pero otro vive consternado, ¿podría existir una relación material entre estas dos situaciones? Acaso así sea. Al admitirlo, disminuye mi sentido de aislamiento y crece el sentido de responsabilidad por los demás.

¿Cómo se expresará este valor en los ministerios de salud? Al colocarnos deliberadamente en los lugares donde existan “brechas” en el acceso a la salud; al ofrecer servicios que no reparen en el trasfondo religioso, económico o cultural; al evitar el pensamiento individualista y crear en cambio sociedades creativas con los que compartan nuestro objetivo de aliviar el sufrimiento humano, ya sean agencias gubernamentales, otras organizaciones religiosas, iglesias locales o mezquitas. Significa sentirse motivado por el amor altruista y no por el deseo de réditos financieros o mayores influencias.

En último término, vivir en conexión con otros significa que “cuando veamos un ser humano en angustia, sea 
por la aflicción o por el pecado, nunca diremos: Esto no me 
incumbe” (El Deseado de todas las gentes, p. 464).

La teología de la dignidad humana
“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Gén. 1:26).

Sea cual fuera la definición de Imago Dei (¿quién puede definirla por completo?), abarca a la persona como un todo. Dios nos hizo a su imagen; somos seres físicos, espirituales, morales, sociales, emocionales e intelectuales.

Pero para los adventistas, el valor inconmensurable de cada ser humano no es solo esta estampa de lo divino que recibimos en la creación. La dignidad humana no solo deriva de nuestros orígenes, sino de nuestro potencial y nuestro 
destino. Este concepto modela profundamente nuestra manera de tratar con las personas. En los ministerios de salud, vemos en cada persona no solo “lo que es”, sino “lo que puede ser”.

Significa que en ocasiones también debemos tener el valor de “ingresar al ruedo”, de reconocer y condenar estructuras o prácticas que rebajen la dignidad de nuestros prójimos. Esto no es algo nuevo para nosotros. Escuchemos a Elena White: “La esclavitud, el sistema de castas, los prejuicios raciales, la opresión del pobre, el descuido del infortunado, todas estas cosas son declaradas como anticristianas y una seria amenaza para el bienestar de la raza humana, y como un mal que la iglesia de Cristo está encargada de cambiar” (Notas biográficas de Elena G. de White, p. 519).

En palabras simples, reconocer la imagen de Dios en la humanidad significa que valoramos a las personas por sobre todas las cosas, y esta premisa fundamental afecta todo lo que somos y hacemos como iglesia.

La teología de la esperanza
“Yo hago nuevas todas las cosas” (Apoc. 21:5).

Para los adventistas, la esperanza es el gran tema, una parte esencial de nuestra “matriz genética”. Pero para nosotros, la esperanza no solo señala el gran epílogo de la historia humana. Es la lente por medio de la cual observamos el pasado, el futuro y el presente.

Nuestra esperanza mira hacia atrás, hacia la realidad de la muerte y resurrección de Cristo y encuentra allí su piedra de toque. Es una esperanza que mira hacia adelante al momento de la transformación final, y encuentra su ideal y motivación cuando todas las cosas serán hechas nuevas. Es una esperanza que mira hacia afuera, a las realidades del hoy y se pregunta: ¿Qué podemos hacer para comenzar a zanjar la brecha entre lo que es y lo que debe ser?

Algunos se han mostrado críticos, y con justicia, de una perspectiva escatológica que sirva simplemente para aceptar sin decir nada de las miserias del presente, de ese “letargo apocalíptico”. Pero para los adventistas la renovación de todas las cosas no es solo un evento futuro; es un proceso de renovación que comienza ahora. La espera de la “bienaventurada esperanza” no es un ejercicio pasivo, sino algo que nos exige actuar en el presente.

Los ministerios adventistas de salud se dedican primordialmente a despertar la esperanza física y espiritual. Si bien las necesidades físicas suelen ser más aparentes, estas son indivisibles de las necesidades emocionales y espirituales. Al ministrar al cuerpo, jamás podemos ignorar el espíritu, y la necesidad más básica del espíritu es la esperanza.

La teología de la plenitud
“Así sucederá también con la resurrección de los muertos. Lo que se siembra en corrupción, resucita en incorrupción; lo que se siembra en oprobio, resucita en gloria; lo que se siembra en debilidad, resucita en poder” (1 Cor. 15:42, 43, NVI).

En la muerte y resurrección de Cristo, vemos expresadas vívida y claramente las contradicciones extremas de la experiencia humana: el poder corrosivo del pecado y el poder creativo de Dios; la decadencia de la humanidad caída y la capacidad de Dios de renovar y transformar; la agonía de la separación de Dios y el triunfo de Dios al reclamar a los suyos. En la muerte y resurrección de Cristo la dialéctica entre decadencia y plenitud brinda una muestra sin parangón del poder creador y redentor de Dios.
Brindar plenitud a partir de la decadencia, sanidad de la enfermedad, paz a partir del caos, luz de las tinieblas: esa es la tarea que ha sido encomendada a los seguidores de Cristo.

Para los adventistas, la “plenitud” posee otra dimensión. Nuestra espiritualidad abarca a toda la vida humana, porque reconoce que “muy íntima es la relación entre la mente y el cuerpo” (El ministerio de curación, p. 185), que no vivimos nuestras vidas en “segmentos” donde la salud física es meramente una “pieza” que pueda separarse de la totalidad de la existencia.

Nuestro enfoque de salud no solo se limita a tratar las enfermedades, a definir lo que comemos o bebemos o a preparar profesionales médicos; es un concepto que abarca todo lo que contribuye a la plenitud de la existencia humana. Los ministerios de salud son por lo tanto indivisibles de nuestro compromiso con la educación, los derechos humanos, el trabajo humanitario, el cuidado del medio ambiente y nuestro deseo de ser una fuerza para el bien en nuestras comunidades.

Todos estos compromisos tienen su comienzo y su fin, su significación y objetivo, en nuestra misión espiritual, lo que da vida y fuerza a todo lo que hacemos como iglesia.

Una buena vida
Esta es nuestra posición actual, en los umbrales de un nuevo mundo que aún no podemos imaginar plenamente, en el que las placas en movimiento de la tecnología, la economía y la política aún están recreando el panorama mundial.

¿Cómo será el mañana? No lo sé; pero sé que no debemos temer.

¿Qué impacto tendrán los ministerios adventistas de salud en el mañana? Mi oración es que nos aferremos con firmeza al compromiso de crear conexión, promover la dignidad humana y ofrecer esperanza y plenitud; que continuemos, de diversas maneras, ayudando a las personas a tener una “buena” vida.

En la simple palabra “buena” se halla una inmensa gama de ideas: la capacidad de vivir plenamente, de amar profundamente, de respirar con libertad, de experimentar el gozo y la ausencia de temor, de conocer una esperanza que trasciende los límites de lo finito y que nos llevará hacia la eternidad de Dios. Esta es la buena vida que Cristo nos tiene reservada; es esto lo que define la misión que nos ha sido encomendada.

Jan Paulsen es presidente de la Iglesia Adventista mundial



Fuente:http://spanish.adventistworld.org/index.php?option=com_content&view=article&id=450



NNN


Notas:

I.Negritas y Rojitas agregadas.

II.*Jürgen Moltmann:

(Hamburgo, 1926) Teólogo protestante alemán. Ha sido profesor de teología sistemática en Bonn (1963) y en Tubinga (1967). Es uno de los maestros de la dogmática contemporánea, con una gran influencia sobre la teología católica, en especial en Latinoamérica. Entre sus obras cabe recordar Teología de la esperanza (1968), El dios crucificado (1972), Trinidad y reino de Dios (1980), Un nuevo estilo de vida (1981), ¿Qué es la teología hoy? (1992), El camino de Jesucristo (1993) y Cristo para nosotros hoy (1997).

http://www.biografiasyvidas.com/biografia/m/moltmann.htm


Jürgen Moltmann (April 8, 1926 -) is a German theologian and Professor Emeritus of Systematic Theology at the University of Tübingen, Germany. He is most noted as a proponent of his "theology of hope" and for his incorporation of insights from liberation theology and ecology into mainstream trinitarian theology.

http://www.theopedia.com/J%C3%BCrgen_Moltmann

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