Tuesday, August 9, 2011

Depredadores del Estado son incomparables al buitre carroñero del desierto

Desde Santiago agosto 7, 2011 at 10:12 AM Categorías: Corrupción URL: http://wp.me/pIIde-15x



El buitre se nutre de cuerpos putrefactos en el desierto, después de esforzados vuelos sobre kilómetros de arenas, mientras los políticos se enriquecen en el Estado

El uso metafórico-perverso de los hábitos de ciertos animales con costumbres específicas para remarcar conductas humanas negativas y vituperables está extendido, y peor aún, satanizado hasta el exceso.

Uno de los seres alados más vilipendiados es el discreto y nunca bien ponderado buitre.

Sin su labor sistemática y entregada, en las peores condiciones del desierto, esos lugares terribles serían aún más siniestros y teatros de las peores muertes.

Las equiparaciones resultan excesivas y claramente injustas en perjuicio del buen nombre de un trabajador solitario o grupal que más bien se afana en contribuir, sin saberlo y sin quererlo saber, por mantener un equilibrio que resulta caro a los procesos naturales.

Pero la ingratitud, opuesta a las mejores virtudes, no es menos humana que la apreciada lealtad.

Las analogías sobre promiscuidad culinaria no descansan y ahí tenemos al inocente y esforzado buitre vilipendiado hasta la saciedad por carroñero (como si serlo implicara algún delito: todo lo contrario, aquello favorece el buen desempeño ecológico de áreas extremas), y peor enemigo del mejor protocolo.

Protocolo que aconseja sentarse sosegadamente a una mesa con carnitas frescas, un vaso de vino, una buena compañía y un servicio de camareros disponibles en cualquier momento y a la espera del pedido cortés de la inevitable cuenta.

Eso no es para el buitre que lucha denodadamente en condiciones hostiles y únicas para obtener el alimento durante días y semanas a la espera de que uno de esos locos que atraviesan cruentos arenales le dé por morirse bajo la candela de soles de puro y duro infierno.

Las exquisiteces son realmente para el poder y los frescos oasis para los políticos que asaltan instancias donde se manejan las papeletas de estreno con denodada e impúdica abundancia.

No lo han podido acusar al buitre de dilapidador, pues no administra nada más que restos putrefactos y material detestable de desechos que nadie más quería a su lado, ciertamente. Los dilapidadores constituyen otra categoría que usa el lenguaje acaramelado para excusarse, para inventar increíbles historias que lo justifiquen en un medio impune en el que no se condena a nadie que pueda demostrar que posee unos cuantos millones de por medio con los que puede conservar el “buen nombre”, las estancias y las extensiones territoriales adquiridas todos saben como.

Esas costumbres tan nuestras le pertenecen al asaltante, ilustrado o no, que toma al Estado por botín de guerra sin el más mínimo recato y menos aún, desinterés por la aplicación regeneradora de la Justicia, que está ahí meramente para los casos comunes de gente que nació y morirá desgraciada, es decir, criada en la pobreza, socialmente delincuenciada a propósito, casi siempre colocada en la mirilla del inminente y certero intercambio de disparos.

Aquellos que depredan el Estado, los que se enquistan en el Estado, los que delinquen, los que tienen sentencias delincuenciales desde la política u otros oficios controvertidos no admiten comparaciones buitrescas y ni siquiera desérticas.

El buitre es noble y majestuoso pero sólo cuando adquiere la forma del cóndor andino, primo muy cercano del difamado y nunca a bien tenido, que trabaja como un buitre, por no decir como un burro, para llevarse algún trozo de legítimo alimento que no ha robado, que no ha obtenido por medio de subterfugios, que no extrajo de las arcas del Estado, que no arrebató al pueblo con discursos demagógicos, sino que esperó pacientemente ver convertido en despojo al caminante desprovisto y en razón, poderosa razón, de no poder socorrer a tiempo al desgraciado que pudo haber tenido mejor suerte y aún mejores momentos.

Fuente: elnacional.com.do
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