Saturday, March 6, 2010

Un tesoro de bondad


1Y VIENDO las gentes, subió al monte; y sentándose, se llegaron á él sus discípulos.

2Y abriendo su boca, les enseñaba, diciendo:

3Bienaventurados los pobres en espíritu: porque de ellos es el reino de los cielos.

4Bienaventurados los que lloran: porque ellos recibirán consolación.

5Bienaventurados los mansos: porque ellos recibirán la tierra por heredad.

6Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia: porque ellos serán hartos.

7Bienaventurados los misericordiosos: porque ellos alcanzarán misericordia.

8Bienaventurados los de limpio corazón: porque ellos verán á Dios.

9Bienaventurados los pacificadores: porque ellos serán llamados hijos de Dios.

10Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia: porque de ellos es el reino de los cielos.

11Bienaventurados sois cuando os vituperaren y os persiguieren, y dijeren de vosotros todo mal por mi causa, mintiendo.

12Gozaos y alegraos; porque vuestra merced es grande en los cielos: que así persiguieron á los profetas que fueron antes de vosotros.


Mateo 5:1-12.




Un tesoro de bondad.-
Cristo anhelaba llenar el mundo con una paz y un gozo que serán similares a los que existen en el mundo celestial. [Se cita Mat. 5: 1-12.]. . .

Pronunció con claridad y poder las palabras que debían llegar hasta nuestro tiempo como un tesoro de bondad. Cuán preciosas fueron esas palabras, y cuán animadoras. De sus labios divinos emanaron, con plena y abundante seguridad, las bendiciones que lo señalaban como la fuente de toda bondad, y que tenía la prerrogativa de bendecir a todos los presentes e influir en su mente. Estaba ocupado en la misión sagrada que le incumbía y le era peculiar, y los tesoros de la eternidad estaban a su disposición. Nada le impediría repartirlos. No era una usurpación que actuara como Dios. Abarcó en sus bendiciones a los que habían de constituir su reino en este mundo. Había llevado hasta el mundo todas las bendiciones esenciales para la felicidad y el gozo de cada alma, y ante esa vasta asamblea presentó las riquezas de la gracia del cielo, los tesoros acumulados del Padre eterno.

En ese momento especificó quiénes serían los súbditos de su reino celestial. No pronunció una palabra que halagara a los hombres de mayor autoridad, a los dignatorios mundanales; pero presentó ante todos los rasgos de carácter que debe poseer el pueblo peculiar que constituya la familia real en el reino del cielo. Especificó quiénes se convertirán en herederos de Dios y coherederos con él. Proclamó públicamente la elección de sus súbditos y les asignó su lugar en su servicio como unidos con él mismo. Los que posean el carácter especificado, compartirán con él la bendición y la gloria y el honor que él siempre recibirá.

Los que son distinguidos y bendecidos de esta manera, serán un pueblo peculiar que hará fructificar los talentos del Señor. Habló de los que sufrirán por causa de su nombre como los que recibirán una gran recompensa en el reino del cielo. Habló con la dignidad de Aquel que tiene autoridad ilimitada; como quien tenía todas las riquezas celestiales para entregarlas a los que lo recibieran como su Salvador.

Los hombres pueden usurpar la autoridad de la grandeza en este mundo; pero Cristo no los reconoce; son usurpadores.

Hubo ocasiones cuando Cristo habló con una autoridad que hacía que sus palabras penetraran con fuerza irresistible, con un sentimiento abrumador de la grandeza del que hablaba, y los instrumentos humanos se redujeron a la nada en comparación con Aquel que estaba ante ellos. Fueron profundamente conmovidos; quedaron convencidos de que estaba repitiendo la orden proveniente de la gloria más excelsa. Mientras él invitaba al mundo para que escuchara, quedaron maravillados y extasiados, y la convicción llegó a su mente. Cada palabra se abrió lugar, y los oyentes creyeron y recibieron palabras que no pudieron resistir. Cada palabra que Cristo pronunció les pareció a los oyentes como la vida de Dios. Estaba demostrando que era la luz del mundo y la autoridad de la iglesia, que demandaba tener preeminencia sobre todos ellos (MS 118, 1905).

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